La quinta aventura de Fernando de Rojas transcurre en el año 1525, una década después de lo acontecido en
El manuscrito de aire. El relato comienza con Rojas desplazándose desde Talavera de la Reina a Toledo a petición del arzobispo de Santiago de Compostela, Juan Pardo de Tavera, que también fue un antiguo compañero de estudios del protagonista en la universidad de Salamanca. El motivo es nada menos que la presencia de un asesino en serie en la ruta jacobea. Los crímenes se suceden a razón de uno al día y en todos los casos las víctimas son peregrinos que murieron a causa de una herida mortal en el pecho. Sus cuerpos han sido hallados tendidos en el suelo, con los brazos en cruz y las palmas de las manos hacia arriba. Además, bajo los cadáveres se encuentra siempre un símbolo trazado en el suelo a modo de firma.
Rojas deberá trasladarse a León para salir al encuentro del asesino. Pero no viajará solo: lo acompañará un hombre de confianza del arzobispo, buen conocedor del Camino de Santiago. Durante el viaje ambos compartirán impresiones sobre el caso. El pesquisidor sospecha que no se enfrentan a un solo asesino, mientras que su compañero le revela que el móvil de los crímenes puede guardar relación con el hecho de que muchos peregrinos no recorren el camino movidos por la fe, sino para aprovecharse de la hospitalidad dirigida a los viajeros a lo largo de la ruta.
Como ya hiciera en la entrega anterior, el autor ha enriquecido la trama que sirve de eje al relato con elementos de libros de viajes. El resultado es una lectura muy recomendable que combina lo mejor de ambos géneros.
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