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Mientras Bosch espera a su nuevo compañero en el lugar de los hechos, se encuentra con la agente del FBI Rachel Walling, con quien ya había compartido protagonismo en la anterior entrega de la serie. El FBI está interesado en el caso porque la víctima tenía acceso a materiales radiactivos utilizados en el tratamiento de diversos tipos de cáncer, pero que también podrían ser utilizados para fabricar armas. Los investigadores reconstruyen los últimos pasos del sujeto y descubren que había sustraído una importante cantidad de material de un hospital. Bosch llega a la conclusión de que el material robado puede conducirle hasta el asesino, de modo que accede a colaborar con los federales, aunque su experiencia en ese sentido no es buena, como ya se puso de manifiesto en El eco negro.
Aunque en el relato abundan las alusiones al encuentro que Bosch y Walling mantuvieron en la novela anterior, sigue siendo una lectura recomendable.