La octava novela de la serie de Bevilacqua y Chamorro ve la luz cuando se cumplen veinte años de la publicación de la primera (El lejano país de los estanques). Muchas cosas han cambiado en ese tiempo: él, entonces sargento, ostenta hoy el rango de subteniente, y ella, antes guardia primera, es ahora sargento primero. Los años también han traído cambios en lo personal. El más destacado quizá sea que el hijo del protagonista haya optado por seguir los pasos de su padre.
El relato comienza precisamente con el ingreso del vástago de Vila en la Academia de Guardias Civiles y Suboficiales de Baeza (Jaén). Será entonces cuando el investigador reciba una llamada de su ayudante reclamando su regreso a Madrid para su posterior desplazamiento a Algeciras. Allí deberán investigar el secuestro de un joven de veinticinco años, informático de profesión, que ya había sido investigado en el pasado por estafas de la misma naturaleza. Al parecer, los secuestradores exigieron como rescate la misma cantidad de dinero que la víctima ocultaba en su propia casa, lo que apunta a un origen ilícito del mismo.
En esta ocasión, Vila liderará el grupo de agentes más numeroso con el que ha contado hasta la fecha: a los cinco efectivos de la Unidad Central Operativa desplazados desde Madrid se unirán otros tantos de la comandancia local, capitaneados por un viejo amigo del protagonista, y dos agentes del grupo de delitos telemáticos que investigan los negocios del desaparecido, aunque el secuestro será el caso prioritario.
Si el autor ambientó la entrega anterior en un lugar insólito, esta vez ha elegido un escenario más cercano, pero no menos singular. Blanqueo de capitales, drogas, lanchas rápidas, bitcoins... Todos los temas relacionados con las crónicas policiales más recientes están presentes en esta novela.