Esta novela, publicada en 2006, es la segunda entrega de la serie protagonizada por Isidoro Montemayor. Al igual que su predecesora (Ladrones de tinta), resultó ganadora del Premio Espartaco a la mejor novela histórica. El relato transcurre en Madrid en 1614, y al inicio del mismo observamos que la vida del protagonista ha cambiado radicalmente: ha pasado de compaginar los oficios de gacetillero y corrector de pruebas de imprenta a ser el secretario personal de la condesa de Cameros, con quien trabara amistad -y algo más- en la entrega anterior. Será precisamente su ama quien lo implique en el caso que le ocupará en esta ocasión.
Todo comienza con el asesinato del joven archivero del marqués de Hornacho. La víctima resulta ser un viejo amigo de la condesa de Cameros, por lo que ésta ordena al protagonista ponerse a disposición del marqués como sustituto del fallecido y al mismo tiempo investigar el crimen. Al parecer, la tarea del joven en el momento del suceso consistía en recopilar biografías y retratos de personajes ilustres con vistas a la publicación de un extenso repertorio. Su lugar de trabajo era una estancia conocida como Gabinete de las maravillas, donde el marqués de Hornacho conserva todo tipo de tesoros: libros valiosos, extraños animales disecados, reliquias, armas y hasta obras de arte. Todo apunta a que el asesino pretendía hacerse con algún objeto de valor y la víctima trató de impedirlo. Pero el hecho de que el marqués no eche en falta ninguna de sus posesiones llevará a Isidoro a investigar el pasado del fallecido en busca de otro móvil del crimen.
En su tercera novela, Alfonso Mateo-Sagasta repite la fórmula del detective aficionado en el Madrid del Siglo de Oro, aunque en un contexto muy distinto: si en su primer caso el protagonista recorrió una y otra vez la ciudad en busca de pistas, esta vez la acción se desarrolla casi por completo en un espacio cerrado. Por lo demás, ambos relatos son igualmente recomendables.
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