La acción comienza con el hallazgo del cadáver de una mujer en su vivienda. Será en estas circunstancias como el autor nos presente a la protagonista, la inspectora Sara Robles, jefa del Grupo de Homicidios de Valladolid. La escena es dantesca: la víctima fue hallada dentro de la bañera con una herida en la cabeza, y el hecho de que la luz de la estancia estuviera apagada apunta a que no se trata de una muerte accidental. Pero antes de haber avanzado un solo paso en la resolución del crimen, la protagonista es requerida para un caso mucho más embarazoso: un robo en el Museo Nacional de Escultura en plena madrugada. Dos guardias de seguridad resultaron muertos durante el suceso, y al parecer los autores habrían accedido al interior del edificio cavando un túnel desde la red de alcantarillado, de la que habrían podido escapar por cualquier punto de la ciudad. El hecho de que todo se complique conforme avanza la investigación hace que uno de los agentes haga mención a la expresión "la suerte del enano".
El objeto sustraído es una talla de reducido tamaño pero de valor incalculable. Ese detalle, unido a lo elaborado del modus operandi, lleva a la Interpol a pensar que los autores del robo no planean la venta del objeto, sino usarlo como aval en una operación de tráfico de drogas o quizá de armas. Será ese motivo lo que lleve a Ramiro Sancho, antiguo miembro del Grupo de Homicidios y viejo conocido de Sara Robles, de vuelta a Valladolid para colaborar en el caso.
Con La suerte del enano César Pérez Gellida da comienzo a lo que apunta a ser una nueva serie de novelas con una protagonista de lo más carismática y con el valor añadido de contar con vínculos con el resto de sus obras.
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