Pero además su autor parece estar reproduciendo al detalle los crímenes de otro asesino que actualmente cumple condena. Ello lleva a la Unidad de Homicidios de Estocolmo a trabajar nuevamente con Sebastian, ya que fue miembro del equipo de investigación que logró atrapar al asesino original.
En el plano personal, el protagonista no da pie con bola. En la entrega anterior descubrió que hace años dejó embarazada a una mujer y no descansó hasta encontrarla. Ahora no sabe si debe presentarse a su hija no reconocida. La joven es su único pariente vivo, pero está muy unida al hombre que considera su padre y Sebastian teme el impacto que su irrupción pueda causar en su vida. Lo único que parece mantener su mente despejada es, en sus propias palabras, su adicción a las relaciones íntimas. Pero no dudará en ayudar a sus antiguos compañeros en el caso que les ocupa, aunque el trabajo en equipo no es lo suyo, ni tampoco acatar órdenes: lo que principalmente le mueve es demostrar que es más inteligente que el asesino y su imitador.
Como ya hicieran en Secretos imperfectos, los autores demuestran ser maestros en el uso del cliffhanger, esto es, en el arte de dejar al lector con ganas de más al final de cada capítulo, sobre todo del último, para que no vacile en ir a por la próxima entrega de la serie.
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